Por María Emilia Reale
Hablar de educación emocional hoy se hace indispensable. Nos encontramos en un momento en el que la sociedad y, específicamente, el sistema educativo se encuentran vulnerables frente a tantos cambios que acontecen. La escuela, como formadora de seres humanos y espacio en el que los estudiantes transcurren gran parte de su tiempo, debería involucrarse aún más en el “aprender a ser” brindando un espacio en el que se trabaje la integralidad y dignidad de las personas. Y aquí es donde entra en juego la educación emocional, una práctica innovadora que está pisando con fuerza. Pero, ¿de qué se trata y qué ofrece?
La educación emocional, según Rafael Bisquerra, “es una respuesta a las necesidades sociales que no están suficientemente atendidas en el currículum académico”. Se presenta como una propuesta pedagógica (no psicológica) que tiene como objetivo el desarrollo de competencias emocionales y el bienestar personal y social. Entre las habilidades que pretende trabajar con estudiantes se encuentran: la autoconciencia (que puedan reconocer las emociones y sentimientos mientras ocurren), la autogestión emocional (una vez que identifican qué sienten, poder gestionar la emoción y elegir qué hacer con ella), la automotivación (que puedan aprovechar la energía de la motivación de manera creativa), la empatía (capacidad de reconocer las emociones, sentimientos y señales no verbales de las demás personas) y las habilidades sociales (poder relacionarse con el resto de las personas de manera asertiva).
¿Cómo se puede aplicar una propuesta que irrumpe con las prácticas tradicionales de la escuela? En las provincias en que la educación emocional es ley, resulta obligatorio trabajarla. Pero en el caso de que no lo sea, como en Córdoba, la implementación puede surgir de los directivos o de la presentación de un proyecto por parte de un profesional capacitado en el tema. Es de suma importancia que la comunidad educativa lo apoye para facilitar su implementación, siendo conscientes de que es un camino difícil pero que vale la pena recorrer.
Una de las maneras de implementar educación emocional en la escuela consiste en definir un espacio específico en la semana para abordarla en materias relacionadas. Por ejemplo, en la institución donde trabajo actualmente, el año pasado se llevó a cabo un proyecto de este tipo en las asignaturas “Ciudadanía y participación” y “Formación para la vida y el trabajo”. Un módulo de la semana se destinó a trabajar actividades relacionadas con habilidades que, según detectamos, había que desarrollar en cada curso.
En ese sentido, la educación emocional no debe aplicarse como una respuesta “rápida” y a través de una sola clase o taller porque sucedió un problema en la institución como, por ejemplo, luego de una fuerte discusión entre compañeros. Lo ideal es implementarla para que pueda ser trabajada a lo largo del tiempo de manera continua, con el fin de ver sus resultados.
Algunas investigaciones sostienen que adolescentes con altos niveles de inteligencia emocional demostraron menores niveles de ansiedad, depresión, estrés social, conductas agresivas físicas y verbales. Incluso, mayores niveles de empatía, menor conflictividad y bullying y un aumento en el rendimiento académico.
Para finalizar, y teniendo en cuenta que la etimología de la palabra educación significa “conducir”, “guiar”, orientar” o “conducir hacia afuera”, es una deuda de las instituciones educativas que cada estudiante se encuentre y encuentre en la escuela el sentido de los contenidos dados, pero también es necesario que, gracias a la escuela, encuentre el sentido de su vida, orientándolo de la manera más sana e integral posible.
(*) Profesora de Educación Secundaria en Historia. Licenciada en Educación. Neurosicoeducadora. Máster en Neuropedagogía Aplicada. Diplomatura en Educación Emocional. Web: www.neuroeducativa.net
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