La violencia mancha las canchas de nuestra liga regional. Golpes, insultos y agresiones nos obligan a repensar qué estamos haciendo como sociedad. No podemos seguir justificando lo injustificable bajo el lema de que “es parte del folclore”.
El fútbol debería ser un espacio de encuentro, respeto y aprendizaje. Pero cuando los insultos reemplazan al aliento, cuando un adulto denigra a un niño mientras juega, el mensaje que se transmite es doloroso y peligroso. Los jóvenes nos miran. Aprenden de lo que decimos y hacemos.
La violencia no es sólo un problema del deporte, es el reflejo de una cultura que valida la agresión. Pero justamente en el fútbol tenemos la oportunidad de cambiar. Necesitamos canchas donde las familias puedan disfrutar un sábado y domingo con gusto, donde los jóvenes aprendan a gestionar sus emociones y donde los valores deportivos prevalezcan sobre la violencia.
Las canchas pueden y deben ser espacios para educar en valores, para enseñar tolerancia, juego limpio.
Este no es sólo un llamado a los clubes y dirigentes. Es a cada uno de nosotros. Que el fútbol sea una excusa para unirnos, no para enfrentarnos.
Cambiemos nuestra actitud. Promovamos un fútbol con respeto. Porque merecemos, y debemos, vivir en paz.